El precio del miedo

Día 5 de Abril

Podría ser un sábado cualquiera, …. ¿en realidad lo es?
No sé pero cuando menos es un sábado después de un viernes en el que descubrí las sensaciones que provoca el miedo.
Suena tétrico pero vamos, no lo fue tanto.
Es sólo que el agobio se convirtió en miedo y la sequedad de la boca, el corazón a 1.000 por hora y la ansiedad hacían que la realidad pareciese ir más lenta del ritmo habitual.
Por la mañana conmpré un vuelo para irme esa misma noche a Coruña a una hora decente para no llegar muy tarde ni salir muy temprano porque, como estaba de cierre andaba a 1,000 en el curre.
En cualquier caso, la hora del vuelo eran las 21 y el embarque se cierra media hora antes pero creí que me llegaba el tiempo.
El caso es que a la hora que teóricamente tendría que estar en el aeropuerto, todavía estaba revisando hojas excel.
El taxi al que llamé dijo que tardaría entre 12 y 15 minutos.
A ese cuarto de hora habría que añadirle otros 10 ó 15 minutos que se tarde en llegar al aeropuerto.
Haciendo cálculos ..... ¡Oh, Dios!!! No llego!!!
Salí corriendo y al llegar a la puerta … estaba cerrada porque la gente los viernes se va a las 3 y no estaba ni el guardia de seguridad.
Como sé que cuando se sale más tarde del horario habitual lo que hay que hacer es darle al botón rojo pennsé: no hay problema.
Pero me equivocaba: ¡si, lo había!
La puerta no se abría.
Así que después de intentarlo varias veces estaba evaluando cómo subir la verja con mi traje de faldita, tirar el portátil al otro lado y recogerlo y echarme a correr en pos del taxi.
Lo intenté una vez más y entonces se abrió pero …. EL TAXI NO ESTABA!!!
Bajé corriendo la calle a ver si delante del edificio principal estaban los taxis que suelen estar normalmente pero, por supuesto, no había ni uno.
¡Lo pierdo, lo pierdo!
De repente, en la lontananza divisé uno con la luz apagada y pensé que sería un taxista que se estaba tomando el piscolabis de media tarde en el bar.
Dispuesta a entrar en el bar girtando de quien era el taxi y que necesitaba sus servicios en seguida, me aproximé con tan buena suerte que la taxista estaba dentro hablando por teléfono.
Le dije que tenía un vuelo en un cuarto de hora y que necesitaba llegar cómo fuera al aeropuerto.
Como en las películas, ella me dijo: abróchese el cinturón que voy a intentar el camino más corto.
Saltándose semáforors en rojo y a toda leche, cuando conseguimos llegar después de lo que a mi eme pareció la carrera más larga en taxi (que no fue tal, por supuesto, sólo unos 10 minutos), me dijo: Suerte, le quedan 2 minutos.
Salí escopetada del taxi después de casi tirarle unos billetes arrugados en el asiento del copiloto a mi salvadora.
Corrí al control de policía diciéndoles que iba en último minuto (menos mal que volaba desde la T2 y no la T4 porque sino, si que hbiese sido misión imposible).
En el control no había nadie delante de mi, así que me quité los zapatos y recogí mi bolso, mi portátil y mi chaqueta a toda velocidad.
Con las prisas se me rompió la tarjeta de embarque pero me puse a correr con los zapatos en la mano, mientras la policía del control decía: es la primera vez que veo ponerse el bolso antes que los zapatos.
Yo sólo conseguí balbucear: esto en último minuto, estoy en último minuto.
Corrí descalza por el aeropuerto, como una loca, con el corazón desbocado, la boca seca, los gemelos a punto de reventar y rezando para que el avión no se hubiese ido.
Por supuesto, la puerta estaba en esa T3 fantasma, que es una prolongación semilateral de la T2.
Conseguí llegar y entregarle mi maltrecha tarjeta de embarque a la señorita de la puerta, a las 9 menos 20.
Me puse mis zapatos e intenté entrar lo más dignamente posible en el avión.
Tardé casi una hora en recuperarme del sofoco: mi corazón no conseguía volver a su ritmo habitual, mis manos y todo mi cuerpo temblaba, tenía ataques de tos, no podía casi respirar ni tragar saliva, la cabeza me daba vueltas y tenía náuseas.
Ese es el precio del miedo.

Lo mejor es que afortunadamente pude coger ese vuelo y hoy sábado, después de un viernes ajetreado, me encuentro en el tren camino de Santiago.

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